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COLUMNA

Las ranas

España está en la zona potencialmente más afectada por el cambio climático. Aquí no se deshielan los polos, no hay icebergs paseando lánguidamente su melancolía por el litoral, pero los embalses tienen una sed a lo Pedro Páramo, de difuntos vivos. En mi país de los mil ríos he estado buscando inútilmente este verano un río de la infancia. De él, sólo queda una sombra verde. No se lo ha tragado la tierra, sino los eucaliptos, esos bebedores admirables, que crecen con una rectitud ebria. Se ha hablado mucho, con razón, del futuro amenazado de las ballenas, pero habría que escribir una elegía por las ranas. Se han ido con el río. Parece que son las primeras que sufren la artificial alteración climática. Melville decía que la cola de una ballena es más hermosa que el brazo de un hada. Llegará el día en que el canto de una rana nos recordará a la inquietante islandesa Björk cantando su Human Behaviour.

En el último número de The Economist (¡periodismo de verdad!) se incluye un informe especial sobre los efectos ya alarmantes, incuestionables, del cambio climático. Resulta curioso ver en cifras del siglo XXI el desastre que Lorca anunció en el mejor poema del siglo XX: Oficina y denuncia. Hablando de poetas, John Keats, en su Canción de opuestos, anticipó el verano incendiado de Galicia: Dulces prados donde se esconden las llamas. Lo que nos dice The Economist es que, a este ritmo, desaparecerán en breve plazo un 37% de las especies que nos rodean. De todas formas, es en la especie animal por excelencia donde se manifiesta con más crudeza el cambio climático. La chola humana es más sensible de lo que creemos a este deterioro ambiental. Existe una relación directa entre el deshielo de los polos y las teorías envenenadas sobre el 11-M. E inclusive, puestos a señalar, entre la extinción del sutil canto de las ranas y la brutal locuacidad del diputado Martínez Pujalte. Le doy la razón a algunos queridos amigos. Los escritores tendrían que hablar menos de la maldita política y más de cultura. Hay una salida todavía más escrupulosa. Pensar en dar un definitivo salto adelante, a la manera de Karl Kraus y las ranas, y callar para siempre. Pero no, qué diría Lorca.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 16 de septiembre de 2006