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Crítica:FERIA DE SAN MIGUEL

Desconocida Maestranza

Cartel de figuras. Y se presentan los tres con una ganadería desconocida, pero procedente del afamado Juan Pedro Domecq. Los de ayer salieron inválidos, descastados, desabridos, rajados y mansos. Es decir, los garbanzos negros de don Juan Pedro. ¿Acaso protestó La Maestranza con la energía necesaria tal desaguisado torista? ¿Se alzó alguna voz cuando el segundo de la tarde se escobilló el pitón derecho en el caballo, motivo para sospechar de manipulación fraudulenta? Por Dios, que estamos en Sevilla.

Fueron muchos los que aplaudieron a Rivera Ordóñez tras una actuación triste y caricaturesca ante su primero, que era una auténtica birria. No mejoró en el cuarto, manso, distraído y rajado.

G. Jiménez / Rivera, Castella, Jiménez

Toros de Hermanos García Jiménez: discretos de presencia, inválidos, descastados, mansos y rajados. El 5º, devuelto y sustituido por un sobrero de Zalduendo, manso. Rivera Ordóñez: pinchazo, casi entera tendida, descabello (aviso) y un descabello (silencio); pinchazo, estocada (aviso) y un descabello (silencio). Sebastián Castella: pinchazo y estocada (gran ovación); casi entera caída (oreja). César Jiménez: casi entera baja (silencio); dos pinchazos y bajonazo (silencio). Plaza de la Maestranza, 24 de septiembre. 2ª y última corrida de la Feria de San Miguel. Casi lleno.

Entre sorprendentes ovaciones se marchó el picador del segundo, al que no hizo sangre ni para un análisis clínico. Sin embargo, se las ganó por méritos propios Sebastián Castella, valentísimo como siempre, temerario en ocasiones, pero que también pagó la penitencia de anunciarse con estos toros de saldo. Se jugó de verdad la vida ante su huidizo primero, dejándose pasar los pitones por los mismos muslos, pero su esfuerzo fue baldío. El presidente devolvió el quinto, un calco de los anteriores por mansedumbre y flojedad, y salió un sobrero de Zalduendo. Dos tandas de derechazos largos y de escasa profundidad hacían presagiar faena grande que no llegó porque el animal se refugió en las tablas.

Tampoco acompañó la suerte a César Jiménez, que se enfrentó, es un decir, a un lote desabrido e insulso, con el que sólo pudo mostrar voluntad.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 25 de septiembre de 2006