Como no tenemos nada mejor que hacer, ahora empieza la polémica sobre las fiestas de moros y cristianos, e incluso la comunidad islámica exige su transformación, cuando no su eliminación, porque hiere determinadas sensibilidades.
Vale. Algunos dicen estar de acuerdo. Algunos alcaldes, también. Son los mismos que cuando uno grita que su sensibilidad está sumamente ofendida por tanta fiesta de pueblo en la que se tira una cabra desde un campanario, se mata un toro a lanzadas, se descabezan gansos o gallos, se emborracha a un pobre animal, se matan a beber los jóvenes mozos del pueblo... ponen el grito en el cielo en nombre de la intocabilidad de tan sagradas tradiciones, que son parte de nuestro acendrado acervo cultural.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 8 de octubre de 2006