El actor catalán, que hace de malo malísimo en El laberinto del fauno, quiso hacer un viaje a un lugar íntimo y apacible con su pareja, pero le salió el tiro por la culata.
Usted soñaba con un viaje tranquilo, con su pareja y sin niños...
Sí, y en la agencia de viajes de unos amigos nos hablaron de Favignana, una isla pequeña y maravillosa, al lado de Sicilia. Nos sonó estupendo. Ellos no habían estado nunca, pero nos dijeron: "Id y nos contáis qué tal".
¿Y qué pasó?
Pasó que la isla es tan pequeña y tan bonita, que como los billetes de barco sólo cuestan siete euros, se llena de sicilianos. Nos dimos cuenta nada más llegar: el puerto y el pueblo estaban hasta arriba de gente. Intentamos ir a la playa y aquello nos recordó a los documentales de focas y pingüinos que ponen en La 2. Además, la ventana de nuestro hostal daba a la pared de una prisión. Muy tétrico.
¿Cuánto duraron?
Un día y medio. Después nos fuimos a Palermo y adelantamos la vuelta.
Por lo menos vieron Palermo.
Es una ciudad preciosa, con algo entre Barcelona y Estambul, con su puerto industrial y una arquitectura desgastada. En cualquier calle hay una iglesia pequeñita. Desde fuera parece un decorado. Está muy viva y es fabulosa.
¿Moraleja?
Al final fue hasta positivo, porque volvimos supercontentos de reencontrar la casa y a los niños. ¿Y a los de la agencia?
Les contamos lo que había pasado. No era su culpa: en los folletos salía todo vacío. No sé cuándo harían las fotos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 14 de octubre de 2006