Lourdes Pallarés, propietaria de dos de los pisos de la finca, no sale de su asombro. Se resiste a creer que ni ella ni su padre, de quien heredó las viviendas, adivinaran nunca que bajo sus pies hubiera un pasadizo. "Mi padre compró el piso antes de la guerra y nunca me dijo nada", asegura Pallarés mientras pasa lista a los establecimientos de la época que recuerda. "En la tienda de al lado había un pintor y una carbonería que años más tarde pasó a ser una tienda de llaves", explica la arrendataria de los pisos. Pero el silencio sobre la Guerra Civil era casi norma en la posguerra.
Justo en el chaflán de Joaquín Costa con Peu de la Creu, la familia de Jaume Rius regenta un colmado-bodega. El negocio también es herencia de su padre, que, a su vez, lo heredó del abuelo. Nadie sabía nada del agujero. "Sabíamos que había una fosa séptica, pero ni mi padre ni mi abuelo me dijeron nunca nada de un pasadizo. Sea lo que sea, hace más de 70 años que está escondido", insiste el bodeguero, uno de los principales damnificados por las consecuencias de la fosa en sus paredes contiguas. "En el almacén tenemos humedades desde hace mucho tiempo. Contactamos con la presidenta de la comunidad para que se tomaran medidas, y ella llamó a un arquitecto, que ordenó abrir el suelo", prosigue el tendero.
"Nosotros también tenemos muchos problemas con las humedades", lamenta Flora Paesa, dependienta de la tienda de animales que hay pared con pared con la finca. "A nosotros nos traspasaron el local hace 10 años y, durante este tiempo, nadie nos ha comentado nada del agujero", comenta Paesa. "También nosotros llamamos a la presidenta porque toda la zona de alrededor del bajante de aguas se humedece siempre que llueve y, además, parece que el suelo no filtra más agua", asevera la dependienta. Y cierra: "Creo que, antiguamente, esto era una carbonería".
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 21 de octubre de 2006