La cara de Nicolita, después de su gol en propia meta en el partido Real Madrid-Steaua de Bucarest (Canal +), vale más que mil palabras.
Todos los fracasos dejan en el rostro la misma mueca de perplejidad. Vi esa mueca luego en otros protagonistas de la realidad. Pero los políticos simulan. Nicolita es sincero. En TV-3 me fijé en la cara de Felip Puig, que fue cambiando a medida que se iluminaba el porvenir de CiU, y como ese porvenir no fue al final tan fructífero como este dirigente de la coalición quería sus comisuras se poblaron de contradicciones.
En todas las cadenas vi en el rostro de Jordi Pujol (y lo puso de manifiesto Enric Sopena en CNN+) la misma cara, o parecida, que advertí en Nicolita: engatusado por el delirio aparente de sus colegas de balcón, el ex presidente de la Generalitat esbozó ese sentimiento cabizbajo al que te obliga la cara en los fines de año cuando tú no estás contento. A José Montilla lo vi arrastrando una pesadumbre sonriente que sólo se alivió con palabras, palabras.
Ese mismo rostro (ausente, aplaudiendo, pero ensimismado) lo vi unos días antes en Javier Arenas, que asistía (me pareció que sin convencimiento) a los aplausos rituales que sus colegas de partido le daban a Piqué. Y en Piqué me encontré con ese rostro huidizo del que no sabe quién le hizo perder. Lo dijo al día siguiente, y por poco se lo comen con hostias.
Una pasión personal: Gabilondo, en Cuatro, explicó las elecciones con la solvencia que suele. Con él pasa como le sucedió a Jorge Guillén cuando despertó de una pesadilla y vio que el mundo estaba en orden, ¡casi bien hecho! Y con Gabilondo pasa eso: aunque haya tormentas, él las ordena, y te vas de su informativo sabiendo que te han explicado bien hasta el desorden.
Mientras tanto, Nicolita dormía el sueño imposible en las tertulias que hablaban de su tristeza. Que aprenda de los políticos. Siempre simulan; la tele lo dice.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 3 de noviembre de 2006