En los últimos meses se viene asistiendo a un acalorado debate sobre la preocupante cuestión de la inmigración africana, que en mi opinión no siempre se ha explicado de la mejor forma. Teniendo en cuenta la complejidad del problema, la mejor manera de entenderlo es analizar sus causas.
Bajo mi punto de vista, los africanos no somos más que unas pobres víctimas de un complejo sistema. Víctimas de nuestros corruptos dirigentes políticos, víctimas de las mafias crueles y oportunistas y, ¿por qué no decirlo?, víctimas de una cooperación internacional deshonesta, nefasta y muchas veces abusiva.
En este contexto, me llama poderosamente la atención el silencio de los medios de comunicación respecto a la conversión del Tercer Mundo en depósito de basura tóxica de las naciones más ricas. Hay relatos de muertes, y de hasta más de 100.000 personas afectadas debido a las contaminaciones provocadas por países como Holanda, Italia y Alemania en naciones como Costa de Marfil, Nigeria, Rumania y Albania.
Esta práctica que viola claramente la Convención de Basilea de 1989 y la legislación de la propia Unión Europea nos puede conducir a una catástrofe ecológica y humana sin precedentes.
¿Cómo nos puede extrañar que desde esos países la gente se juegue la vida para llegar hasta aquí como sea? ¿Podemos estar seguros de no tener ninguna responsabilidad en el éxodo masivo de estos pueblos hacia Europa? Hagamos todos un examen de conciencia sobre nuestra actuación. No basta realizar galas benéficas, no basta adoptar niños pobres.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 4 de noviembre de 2006