El agua es un bien indispensable para la vida. De hecho, no somos otra cosa que un montón de agua en exuberante danza atómica. Sin agua morimos. Y por el agua moriremos. Sería atrevido hacer previsiones, pero las próximas guerras serán por el agua; el petróleo dejará de tener valor, y el agua convertirá a los países en superpotencias o en desgraciados territorios bombardeados. Narbona quiere que cuidemos la nuestra. Me parece fantástico y progresista. Nada que objetar al fondo de la medida. Aunque sí a las formas. Vivimos en el país de los agravios comparativos, y mientras alguna que otra empresa revienta el ecosistema con no más castigo que una exigua multa -les sale barato contaminar-, mientras tanto los pobres tendremos que costear griferías de última generación para nuestros antiguos y carísimos pisos y adaptar su rendimiento a los consumos máximos. Aunque pueda parecer baladí, para muchas familias supondrá un coste brutal (sí, sí, en España hay gente que no llega a fin de mes). Curioso sistema del bienestar, donde los artículos esenciales para la vida se convierten en objetos de lujo: vivienda, fruta, gas, agua... ¿Qué será lo próximo? ¿Nos cobrarán un extra por el exceso de sol que disfrutamos? Todo se andará.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 10 de noviembre de 2006