La Organización Mundial de la Salud recomienda el tratamiento con antivirales cuando los CD4 (recuento de linfocitos en mililitro de sangre, normalmente, de entre 600 y 1.200) caen a 200. Andile Madondile inició su tratamiento cuando estaba con tan sólo 9. "Tenía sarpullidos en la cara, no soportaba ni el contacto de la almohada. Pesaba 25 kilos y no contenía alimentos en mi estómago, tenía diarrea continua". Llegó al tratamiento tarde, porque su madre decidió llevarlo a un sangoma, un médico tradicional. Las hierbas que le dio no sirvieron de nada.
En Ciudad del Cabo inició el tratamiento. "Estaba que me moría", explica Madondile con una sonrisa. "Empecé a tomar antivirales en marzo de 2005. Ya había perdido mi trabajo como dependiente. Ni siquiera podía caminar a la clínica. Tenía que levantarme muy temprano para poder llegar a tiempo, y necesitaba pararme cada dos por tres y descansar".
Su recuperación fue casi inmediata, y los efectos secundarios, esa amenaza usada por la ministra de Salud surafricana, Manto Tshabalala-Msimang, como la razón para oponerse al reparto de fármacos, no fueron tan duros. Inmediatamente empezó a ganar peso. "Mis vecinos me marginaron, y mi mujer me abandonó".
La disciplina para la toma de los medicamentos le ha cambiado la vida: "Ahora soy más responsable, me cuido más. Antes bebía mucho y dormía con mujeres, ahora que estoy bien y mi mujer vuelve a estar conmigo, no voy a tirar todo por la borda por un día de fiesta".
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 21 de noviembre de 2006