He estado dudando antes de enviar esta carta, pero creo que es mi deber de ciudadano responsable hacerlo. Soy profesor de Química Inorgánica de la Universitat de Valencia. Una de las asignaturas que imparto este curso es el Laboratorio de Química Inorgánica I.
Pues bien, en la sesión de ayer, he de confesar con cierto desconcierto y temor que mis estudiantes aprendieron a sintetizar ácido bórico. Sé que puede sonar muy fuerte, pero es totalmente cierto. Comprenderán mi desasosiego: ¡Yo, un inofensivo profesor universitario, enseñando cómo se obtiene el ácido bórico, sustancia que parece ser la piedra angular en la apocalíptica conspiración del 11-M!
Por más que insistí en que era una sustancia totalmente inofensiva, que no ocurriría nada, en fin que no íbamos a saltar por los aires, creí adivinar una cierta desconfianza en los estudiantes. Después de cuatro horas en el laboratorio, salimos sanos y salvos, pero yo he de confesar que lleno de remordimientos y con la moral por los suelos. Aunque no he estado nunca en un país islámico, confieso que he visitado dos veces el País Vasco. No sé si el curso próximo seré capaz de repetir la clase.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 22 de noviembre de 2006