Estremecedora y muy ilustrativa la crónica de la última página de EL PAÍS, del lunes 20 de noviembre, sobre las víctimas del tráfico en España: 58.000 en una década, algo así como la población de Ávila. Son cifras difícilmente soportables, porque detrás de cada una de ellas hay un insufrible dolor. Aplaudo, pues, y apoyo las medidas tan rigurosas que desde la Dirección General de Tráfico se han dictado para tratar de acabar con esta "epidemia oculta", como la califica la Organización Mundial de la Salud. Pues, sin minimizar en absoluto estas crueles muertes, convendría recordar que en España mueren cada año alrededor de 60.000 personas, es decir, 164 personas diarias, por enfermedades directamente relacionadas con el tabaco; de ellas, cerca de 1.000 son fumadores pasivos. Sin embargo, el humo de tabaco está ostensiblemente presente en cerca del 90% de los establecimientos hosteleros. Una ley ñoña y absurdamente permisiva ha propiciado que por sus abundantes grietas legales se cuelen los intereses de empresarios del sector y de Gobiernos autónomos del PP -más preocupados de los votos que de la salud de los ciudadanos y de los derechos de los no fumadores- para conseguir que se fume en el cien por cien de estos locales.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 22 de noviembre de 2006