Lamentablemente la situación kafkiana que soporto debe de ser una de las miles que anualmente sufrimos los ciudadanos, con respecto al desprecio con que nos trata Telefónica. En septiembre de 2005 solicité una línea de teléfono, para mi nuevo hogar, en el centro urbano de un pueblo de la provincia de Toledo. Pasaron los meses y la línea no llegaba, con lo que realicé múltiples quejas, entre ellas varias por escrito con la finalidad de conseguirla. Casualmente hace dos meses una amiga llamó para darse de baja de su línea en la misma localidad. La operadora le dijo que si trasladaba la línea a otro usuario éste tendría una serie de ventajas. Como quiera que conocía mi problema, con mi autorización, les dio mis datos personales para que trasladaran el teléfono a mi domicilio.
Desde entonces tras infinitas llamadas al 1004, he conseguido: dos visitas de instaladores (dos tardes sin poder trabajar), que no han concluido ninguna instalación. Una línea de teléfono a mi nombre, en el domicilio de mi amiga, que no es utilizada por nadie. Una factura a mi nombre, a la cuenta corriente de mi amiga (no se puede hacer el cambio de domicilio bancario hasta que la línea esté transferida). La amenaza de que si doy de baja a ese número la espera para una nueva línea tenderá a infinito. Conocer a más de 20 operadores del 1004. La promesa, de que es posible que hagan el traslado el día anterior a Nochebuena. Deslumbrante, ¿verdad.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 1 de diciembre de 2006