El oído en el ojo: con esta fórmula lapidaria quise captar alguna vez el rasgo y el rango de la contribución del grupo Zaj a Fluxus y al resto de la llamada "constelación Cage". O sea, la transformación de la música en un acontecimiento visual, en una suerte de "música callada del toreo" que satisface sus propias exigencias desplegando instrumentos, cosas, acciones corporales delante de los ojos y haciéndolo con una cadencia que es lo único que en esta clase de música queda de específicamente musical.
Advierto que me cito a mí mismo no por simple vanidad sino porque la exposición Pianofortissimo me parece un ejemplo excelente de la clase de posibilidades que resultan del injerto del oído en el ojo. Y pongo "exposición" donde debería poner "concierto", aunque se trate en realidad de un concierto de pianos y no de un concierto para pianos, que son dos cosas muy distintas entre sí, vistas y oídas desde Zaj y del resto de la constelación Cage. Y distintas también desde el mismo contenido de esta exhibición, que consiste en un conjunto de pianos intervenidos o "arreglados" por otros tantos artistas de esta cuerda, que, se escuchen o no, se concierten o no, se ofrecen siempre como un regalo a los ojos y como un sonoro estímulo a la imaginación exclusivamente visual.
También se ofrecen como
el tipo de juguetes que conseguían los niños de antes, los de otros siglos, que desnaturalizaban los objetos que encontraban a su alcance para jugar con ellos. Porque tal y como subrayaba el poeta mexicano Octavio Paz todos los proyectos y las estrategias de John Cage estaban salpicadas por el humor y la actitud lúdica, juguetona, del payaso. Hay una foto tomada en 1962 en Wiesbaden en la que se ve a Philip Corner, junto con otros artistas, agrediendo con martillos y punzones un piano con la intención de destruirlo o de inutilizarlo como tal piano. La violencia en este caso es comprensible: Fluxus quiso siempre desacralizar al piano, en cuanto emblema de la música llamada clásica, que a ellos les resultaba jerarquizada y gélida.
De hecho, la exposición Pianofortissimo, incluye un piano de cola de George Brecht, cuyas cuerdas el fundador de Fluxus ha cubierto con hielo seco. Junto a él, el piano intervenido por Wolf Vostell, cuyas cuerdas, sepultadas en cemento fraguado, evocan de inmediato una lápida o una tumba.
Pero a pesar de estos casos de violencia simbólica lo que se impone en el conjunto de esta muestra es un tono festivo y juguetón, bien representado por el piano de Milán Knizak, sobre cuya impecable tapa de negro deslumbrante él ha dispuesto los siete enanitos de Blanca Nieves de plástico y en versión Walt Disney. Daniel Spoerri fue más lejos: su piano está pintado para que parezca un queso gruyère. El piano intervenido por el canario Juan Hidalgo, integrante de Zaj, aunque parezca político, a mí me resulta juguetón: está pintado de un extremo a otro por una banda ancha, cuyos colores son los de la bandera de la República.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 2 de diciembre de 2006