Hay delincuentes en Madrid que, a pesar de su asilvestrada existencia, no pierden el sentido del humor. El jueves, a primera hora de la noche, hubo un intento de atraco en la plaza de Prosperidad. Presunta víctima: una elegante dama de mediana edad que paseaba con su perrita y su abrigo de visón; es mujer de armas tomar, culta, morenaza y exquisitamente guasona. Presunto criminal: un muchacho apuesto y aseado. Se acercó, galante, a la dama.
-Por favor, señora, ¿me puede decir qué hora tiene?
-Por supuesto, mancebo. Tengo las diez menos diez.
-¡Entonces no tiene usted nada de nada! ¡No estoy de suerte esta noche! Lo lamento, porque Mi intención era sacarle lo que tuviera. En fin, iré a buscarme la vida por otro lado. Pero antes me va a dar todo lo que lleva encima, empezando por el abrigo. ¡Y me importa un rábano la hora que sea! ¡Esto es un atraco, nena!
A la señora le dio un ataque de risa que alertó a los viandantes y se acercaron a la extraña pareja y a la perrita furibunda. Ella estaba desternillada en un banco; él, perplejo al ver que iba llegando gente, escapó como alma que lleva el diablo. Del cobarde nunca más se supo, pero de la señora, sí. Ayer tuvimos la suerte unos amigos de escuchar de sus labios el relato en un bar cercano al lugar de los hechos. Empezó la narración dando esta consigna para peatones: "No se os ocurra dar la hora jamás a nadie, a no ser que sean las diez menos diez, las cinco menos cinco o cosas así".
Pero lo mejor del frustrado atraco fue el postre: la señora, una vez recuperada de la risa, fue conducida a su domicilio por un municipal. Su marido, tan guasón como ella, ya estaba durmiendo, o eso fingía. No pudo despertarle. Ella no lograba pegar ojo. A las dos de la madrugada, en medio del silencio, el reloj de péndulo marcó sonoramente la hora correspondiente. La esposa aprovechó para despertar al esquivo y contarle el sainete. Le zarandeó suavemente: "¿Qué hora es, Tomás?".
-La una.
-¿Estás seguro, querido?
-Claro, lo acabo de oír dos veces. Por cierto, despiértame mañana a las diez menos diez.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 3 de diciembre de 2006