Una persona se propone embarcar en un vuelo a Londres con una maleta en la que lleva una botellita de agua, un frasco de colonia para niños, desodorante de barra, pomada para las arrugas, dentífrico y una caja negra con un isótopo radioactivo de polonio. Adivinen qué cosa podrá subir al avión. No es ninguna broma. Cualquier humillación es indigna, incluyendo la que sufren los viajeros obligados a quitarse los cinturones o transparentar sus neceseres. Pero si esto no les convence, tengan en cuenta que toda humillación, por serlo, es completamente inútil.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 3 de diciembre de 2006