Cualquiera puede llegar al congelador del supermercado y coger un producto precocinado y si nos molestamos en mirar la ficha de ingredientes veremos que, frecuentemente, contienen grasas hidrogenadas, aceites vegetales parcialmente hidrogenados, o sospechosos aceites vegetales no identificados. Tanto EL PAÍS como otros medios de comunicación se vienen haciendo eco de la peligrosidad de estas grasas trans, o de aceites vegetales concretos que usa la industria alimentaria. Tan peligrosos, que las autoridades neoyorquinas han prohibido a los restaurantes que usen estos productos. Además, estos ingredientes figuran orgullosos, tan panchamente, en galletas, bollería y otros alimentos de los que diariamente consumimos grandes cantidades, especialmente los niños. El Estado que nos cuida desde que Celia Villalobos nos decía cómo hacer el caldo de puchero, que nos hace conducir en coche a prudente velocidad hasta el restaurante, en el que no tendremos fumadores a nuestro lado y en el que no nos servirán hamburguesas de tamaño camión, podría hacer el esfuerzo en evitar que la industria alimentaria, los restaurantes o los supermercados, o todos juntos, acaben con nosotros en cuatro días.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 8 de diciembre de 2006