Los bosques y habitantes de la Amazonia sufren, desde hace decenios, los destructores efectos de la explotación ejecutada por las empresas madereras, ganaderas, o de otros sectores, que saquean las riquezas naturales del principal pulmón del planeta.
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Desde el año 1970 ha desaparecido una extensión equivalente a toda Francia y desde 2003, con el Gobierno de Lula da Silva, 70.000 kilómetros cuadrados, como la superficie de Irlanda. La alerta mundial y las prohibiciones legales son insuficientes. La pobreza, mientras tanto, facilita numerosos abusos, entre ellos la mano de obra esclava. La última iniciativa de rescate de los bosques, la pasada semana, corrió a cargo del gobernador del Estado de Pará, Simão Jatene, que concedió la categoría de espacio protegido a 16,4 millones de hectáreas de selva: como un tercio de España. Paralelamente, la ley brasileña que permite a la iniciativa privada licitar por la explotación de cinco millones de kilómetros cuadrados de la Amazonia sigue inmersa en la polémica.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 10 de diciembre de 2006