Aunque a estas alturas resulta difícil decir algo nuevo sobre la sórdida figura de Pinochet, deseo expresar sencillamente que me escandaliza (utilizando el término estrictamente moral que antes se frecuentaba) el ver y oír a algún representante de la Iglesia católica (con que haya uno basta, y da igual que sea sacerdote u obispo) defender el golpe militar de Chile, con su estela indecible de muertes, humillaciones y violencia, aunque ello se acompañe con una vaga defensa de los derechos humanos (!), convirtiendo el funeral por el dictador en un acto político de contenido golpista, lo que le convierte literalmente en una profanación, también según el lenguaje clásico.
Como creyente, además, me hiere profundamente el contemplar las imágenes de las personas "católicas" que rezan en favor de Pinochet mientras la gente común, el pueblo, grita y protesta contra su tristísimo recuerdo, porque no puede olvidar el daño y el dolor causados por alguien que ha muerto impune pero no inmune a la recta conciencia de la ciudadanía.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 14 de diciembre de 2006