Leo con estupor y cierta risa floja la noticia cuyo titular decía "Telefónica, multada por no devolver el cambio exacto en sus cabinas". Hace ya 20 (¿o son más?) años que todos conocemos y sufrimos el hecho de que las cabinas públicas de Telefónica no devuelven el cambio. Es un hecho consumado y arbitrario, uno de esos fastidios de la vida cotidiana, que no por conocido deja de ser molesto, como el cierzo helador, las derrotas de España en octavos o los atascos de la M-30. Ahora, elevando a normal lo que ya era normal a nivel de calle, cuando ya han pasado 25 (¿o son más?) años, cuando ya realmente no importa, cuando ya todos tenemos el móvil y el portátil y el wi-fi y la PCMCIA siempre a mano para que nos timen con mucha más satisfacción, por fin llegan los inspectores mangas verdes que todos soñamos alguna vez (por supuesto, juicio y dispendio particular mediante) y... ¿qué es lo que encuentran? ¡Qué escándalo, qué escándalo, he descubierto que aquí se juega! En fin, que si esto fuera un asunto serio, ahora mismo le compondría una diatriba sobre las posibilidades de calcular cuánto ha hurtado Telefónica mediante sus cabinas durante estos 30 (¿o han sido más?) años, y averiguar si la sanción es justa o el tema sigue siendo una bicoca. Y sobre qué tiene que ver el mantenimiento de un servicio público con la cara dura. Pero como por fortuna aún me continúa la risilla tonta que no la puedo parar, pues me abstendré de hacerlo, y tan contentos, y sin parar de reír.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 14 de diciembre de 2006