El castigo no alcanzó a Pinochet, y ello ha dejado un regusto amargo, acompañado de una gran insatisfacción, a todos quienes hemos sido blanco de la represión y el terror, muchos de nosotros obligados al exilio y a buscar la sobrevivencia en otros países, encontrando refugio también en otra nacionalidad, como es mi caso. También son encontrados los sentimientos de la opinión pública democrática, que se alegra de la desaparición del tirano y se entristece por el hecho de que éste haya logrado eludir la mano de la justicia. Por ello, no deberían caer en saco roto las declaraciones de Isabel Allende en el sentido de que la justicia continúe su marcha hasta alcanzar al último de los culpables, imposibilitando la aplicación de cualquier "ley de punto final u obediencia debida" o similares criaturas jurídicas de las dictaduras.
Esto significaría, de cumplirse, el castigo a todos aquellos que, por debajo de Pinochet, supuestamente cumpliendo órdenes (cuyo contenido, por cierto, compartían), torturaron, violaron, asesinaron, lanzaron cadáveres al mar, secuestraron y robaron.
Pero, ¿qué ocurrirá con quienes estaban detrás y por encima de Pinochet? ¿Se atreverán la comunidad internacional y la justicia con quienes propiciaron, financiaron e impulsaron el golpe militar del 11 de septiembre de 1973? ¿Con aquellos que en mi país fueron cómplices de la barbarie, convencidos de que habría dictadura durante unos meses, para que luego los militares les entregasen el poder y quienes, al ver que las cosas no se desenvolvían según esos planes, se volvían demócratas de la noche a la mañana?
¿Qué ocurrirá con la ITT? ¿Con el señor Kissinger, ni más ni menos que premio Nobel de la Paz? ¿Con el señor Nixon, que seguía desde la Casa Blanca los "avances" del régimen dictatorial chileno, contando los muertos y los torturados como insignificante "daño colateral"?
¿Se atreverán?
Como ha dicho Isabel Allende: "No es venganza. Es justicia".
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 16 de diciembre de 2006