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Crítica:

Pintura y sueño

El sevillano Curro González vuelca en el espacio de los sueños las desventuras de la vida real. Una decena de pinturas de humor surrealista.

Curro González (Sevilla, 1960) siempre se ha distinguido, entre otras cosas, por su habilidad para convertir sus obsesiones en pintura. Tal vez sea esto lo que ha conferido a muchas de sus obras ese aspecto característico de "combinaciones acumulativas" minuciosamente realizadas. En la exposición que presentó en el MNCARS en 2005 (El enjambre), esa estrategia alcanzaba su punto culminante en unas pinturas repletas de elementos, ya fuese en forma de amontonamiento de residuos del mundo industrial, como metáfora del lado inevitablemente catastrófico del progreso, o de una muchedumbre de figuras humanas.

En esta ocasión, su perspectiva parece orientarse en función de un registro más subjetivo. De hecho, el motivo inductor de esta serie de diez pinturas, junto a dos pequeñas esculturas, viene indicado por un cómico vídeo en donde se ve al protagonista (el propio pintor) en la cama, en la placidez del sueño, y desdoblándose en un enano que se mueve activamente por la casa, hace lo que debe y vuelve al lugar de donde vino. De lo que se trata, a fin de cuentas, es de la amenaza de tener que abandonar su viejo estudio por culpa de la presión inmobiliaria. Puesto que, como es obvio, también los pintores pueden llegar a padecer la fiebre del ladrillo.

CURRO GONZÁLEZ

'El hombre que soñó que se caía de la cama'

Galería Tomás March Aparisi y Guijarro, 7 Valencia

Hasta el 16 de enero de 2007

Anécdotas aparte, lo más

notable es la manera en que Curro González se interna por los caminos del sueño -que no de la pesadilla, como ha hecho en otras ocasiones- y cómo "el libre fluir de la rabia" (que el propio artista señala como fuente de estos trabajos) cristaliza en unas pinturas inspiradas por un humor surrealista y, al mismo tiempo, por una serenidad acaso facilitada por un trasfondo más o menos utópico.

Curro González (decía Manuel Barrios en el catálogo del MNCARS) se mueve en una suerte de "espacio de la despedida", en el marco extraño de una forma de arte, la pintura, a la que le resulta difícil conectar su glorioso pasado con su incierto futuro. Entretanto, el pintor sevillano parece empeñado en transfigurar su lógica melancolía en unas pinturas tan meticulosas como impregnadas de ironía. Lo más probable es que pierda su estudio, pero, a juzgar por esta exposición, no llegará a perder el oremus.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 30 de diciembre de 2006