En contra de la opinión de Antonio Elorza (EL PAÍS, 27 de diciembre), yo sí pienso que las causas del fanatismo y de la violencia tienen que ver con la miseria y la pobreza de una parte importante de la humanidad, que para solucionar esto es importante una redistribución de la riqueza global; considero que para ello es necesario superar el capitalismo; que el capitalismo es una parte importante del problema, que somete la humanidad a una economía compulsiva y excluyente y que convierte las relaciones políticas internacionales en relaciones mafiosas.
Tampoco creo que haya que renunciar al igualitarismo; también la democracia, las libertades civiles o la unidad de Europa fueron en su momento utopías irrealizables. Sigo pensando, como Marx, que la solución pasa por poner la economía al servicio de la humanidad y no al revés. Como se ve, mi planteamiento se corresponde a lo que el señor Elorza denominaría la izquierda más tradicional.
A su juicio es un planteamiento que peca de simplismo. El problema es que ninguno de los sesudos análisis de muchos intelectuales descreídos y realistas, donde se insiste una y otra vez en la complejidad de las causas, me han proporcionado una mayor certeza sobre la naturaleza del problema y de las soluciones a aplicar. En general no van más allá de una vaga declaración de buenas intenciones o de soluciones parciales a una complejidad de miniproblemas que frustran cualquier planteamiento general.
Ahora que el planeta se está recalentando y los occidentales contemplamos con horror cómo se retarda la apertura de las estaciones de esquí, nos echamos las manos a la cabeza y exclamamos "esto sí que es un problema", como si por fin se nos hubiera revelado la irracionalidad del capitalismo, como si toda la miseria y toda la explotación imperantes en gran parte de la humanidad no hubieran sido nunca síntomas suficientes.
No estoy hablando de volver a Cuba o a la Unión Soviética, sino de aprender de los errores y no cancelar definitivamente un proyecto heredero directo de la tradición más ilustrada, de poner a trabajar a las mejores cabezas en una alternativa real de cambio que ilusione y que movilice. Tal como reconoce el señor Elorza, urge una solución.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 4 de enero de 2007