Un país como España, que devora no sé cuántos kilos de hamburguesas al día y pasa casi cuatro horas al día pegado al televisor, no puede estar en condiciones de esperar maravillas para el 2007. Estamos hamburguesados, y esto es lo peor que nos podía pasar. Nos hemos convertido en seres hambrientos de colesteroles de los malos, con algún miligramo del bueno y un poco de ketchup para disimular. Nos lo comemos todo, tamaño familiar a poder ser, sin pararnos ni un instante a pensar qué es lo que estamos engullendo, o nos están haciendo engullir, que es peor.
En materia de información, más de lo mismo, y así devoramos directamente todos los potajes mediáticos que nos echen, sin masticar. Desde maltratos conyugales aderezados con salsa rosa, hasta macabros vídeos de ajusticiamientos medievales, pasando por declaraciones kafkianas de personajes que, emulando a Groucho Marx, dicen que "no hay constancia de que el alto el fuego esté roto", mientras retiran los restos humeantes del vehículo número ciento cuarenta y cuatro, y siguen buscando entre tres mil toneladas de escombros los cuerpos de los desaparecidos. Nos lo tragamos todo, y -sin apenas digerirlo- ya lo estamos expulsando. Y vuelta a empezar. A ver qué nos echan hoy. Tenemos hambre.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 5 de enero de 2007