Parece que el botellón es culpa siempre de los jóvenes por sus conductas inapropiadas para el bien común y social. Pero nadie tiene en cuenta la cultura alcohólica de los españoles y el exceso de bares en nuestras ciudades, lo que potencia el consumo en cada esquina. Quizá el Gobierno debería preocuparse más por resolver el problema del alcoholismo desde sus raíces y no tratar de esconderlo.
Se ganaría más enseñando a los jóvenes a beber que prohibiéndoles beber: lo único que debe estar prohibido es perturbar el descanso de los demás o el cuidado de los lugares públicos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 8 de enero de 2007