La mayoría de los servicios meteorológicos oficiales europeos predicen en las próximas décadas un promedio de temperaturas más altas de lo normal. Estas predicciones en los macizos montañosos españoles se traducen en una reducción promedio de las precipitaciones de nieve y de la duración de la innivación, sobre todo en cotas de altura no muy elevadas.
Todas las estaciones de esquí alpino españolas utilizan masivamente la producción artificial de nieve mediante cañones, un recurso que debería ser de uso esporádico y controlado debido a su elevado coste hídrico, energético y medioambiental. Mientras que los vecinos controlamos el grifo o apagamos las luces para ahorrar, los promotores de las estaciones de esquí, a pesar de poseer todos los sellos medioambientales exigidos por las administraciones autonómicas y estar fuertemente financiados por las mismas, despilfarran agua y energía... por un tubo.
Basta tener en cuenta que una hectárea de esquí innivada artificialmente requiere más del doble de agua que el cultivo de un campo de maíz del mismo tamaño. El agua que precisan para mantener las 1.200 hectáreas de pistas innivadas es del orden de cinco millones de metros cúbicos, que se obtienen de la acumulada en grandes balsas en primavera y verano, captación de agua en el nacimiento de los ríos o incluso una pequeña parte de agua potabilizada. Los casi 4.000 cañones españoles de nieve artificial disponen de una potencia aproximada de 70 megavatios y consumen alrededor de 35 millones de kilovatios por hora.
Comparen estos datos con los que requiere cualquier población mediana o con la que requiere la totalidad de las poblaciones de los valles correspondientes, antes de que la fiebre de la construcción multiplique el número de viviendas por 20 o 30 y realimente de forma definitiva la insostenibilidad del actual modelo turístico de la nieve.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 21 de enero de 2007