La Administración de Bush se está llevando el récord de excesos. Si bien el 11-S supuso uno de los atentados más graves de la historia y de los que más conmovió al mundo, no puede a partir de ahí justificarse cualquier actuación política. En concreto, Guantánamo me parece uno de los asuntos más graves de los últimos años. Y lejos de actuar con cautela e inteligencia, la manera de retractarse de sus errores es tardía y casi obligada. Y en efecto, tuvo que esperar a que el Partido Demócrata obtuviera mayoría en las Cámaras para cambiar su política con respecto a Irak, y tuvo que esperar a destruir el país para reconocer que no había armas de destrucción masiva.
Desde luego, el presidente de los Estados Unidos tiene fieles discípulos: José María Aznar lo acaba de reconocer. Y sin dar mayor explicación ni motivo de arrepentimiento por haber involucrado al país que por entonces gobernaba en una guerra ilegal. Lo realmente preocupante dentro de esta órbita de radicalización de la política internacional son los asentamientos descubiertos en África de nuevas secciones de Al Qaeda. Los altos dirigentes deben plantearse debidamente un cambio del rumbo político que abogue por la distensión y mayor apertura al diálogo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 15 de febrero de 2007