En Teoría de Juegos se estudian, entre otros, los juegos de posición, los de carreras y los de guerra. Estos últimos, que adoptan la forma de una contienda entre dos ejércitos y cuya finalidad última es la eliminación del adversario, se clasifican en dos grupos: los de fuerzas iguales, como el ajedrez y las damas, y los de fuerzas desiguales, de los cuales el más conocido sea quizás el de la zorra y los gansos. En estos últimos, el desequilibrio se suele compensar con la movilidad o con el número de fichas. Hasta la II Guerra Mundial, prácticamente todas las guerras se libraban entre grandes ejércitos, a priori iguales, siguiendo las pautas del tablero de ajedrez. Muy posiblemente por el desmoronamiento de la Unión Soviética, las guerras actuales se ajustan más a las características de los juegos entre fuerzas desiguales. Irak y Afganistán son los ejemplos más palpables: grandes ejércitos convencionales, con un armamento formidable, pero lastrados por la movilidad y los problemas logísticos que su organización conlleva, tienen que enfrentarse a fuerzas menos numerosas pero con muchísima mayor movilidad y con la capacidad de mimetizarse con la sociedad civil. No nos engañemos. Ni lo de Irak ni lo de Afganistán son misiones de paz. Son guerras, con otras reglas del juego, las del terrorismo, para las que los ejércitos convencionales no sirven salvo si se tiene la intención de eternizarlas.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 23 de febrero de 2007