Selecciona Edición
Selecciona Edición
Tamaño letra
Reportaje:Mis Primeros Clásicos

Palabra de pícaro

EL PAÍS ofrece mañana, por 2,95 euros, la adaptación para niños de 5 a 12 años de la novela anónima 'El Lazarillo de Tormes'

En cuestión de nombre, no tiene nada que envidiar a Don Juan. Su fama es tan grande que Lazarillo no sólo es el diminutivo de Lázaro, sino que gracias a este personaje clásico es también la palabra que sirve para denominar a la persona o perro que guía a un ciego. La novela sobre este joven castellano, escrita por un autor anónimo a mediados del siglo XVI, narra sus desventuras, que empiezan junto a un avaro ciego, a quien presta sus ojos en el camino.

Las ediciones más antiguas que se conservan de su historia -titulada originalmente Vida de Lazarillo de Tormes, de sus fortunas y adversidades- datan de 1554. Ni virtuoso, ni valiente, sino más bien tirando a gamberro, Lazarillo triunfó desde el primer momento y sus desdichas pronto fueron traducidas al francés (1560) para alegría del público.

Apaleado en más de una ocasión, y a menudo hambriento, sus penalidades le enseñan a aguzar el ingenio y a desarrollar pequeñas tretas para obtener lo que le es negado. Por ello, ha pasado a la historia como un pícaro, el primero cuya vida se puso por escrito y con el que nació un género: la novela picaresca. Con esta historia, queda claro que las penas ajenas pueden ser motivo de risa cuando están contadas con suficiente gracia y de ellas se desprende un ácido retrato de la propia sociedad. Los clérigos, mesoneros y mendigos que pueblan esta novela conviven en las obras de Cervantes o de Lope. Siglo de Oro en estado puro.

Humor, sátira y crítica se mezclan en la historia de Lazarillo, un auténtico antihéroe, un superviviente nato. Junto al ciego, su primer amo, recorre los caminos de Castilla mendigando y aguantando palos. Una y otra vez, intenta el joven distraer algo de alimento a su amo, que, astuto, cruel y malhumorado, no duda en sacar la garrota cada vez que le descubre. Harto de tanta hambre y tanta paliza, Lazarillo se pone a las órdenes de un cura. Al igual que el ciego, el nuevo señor no acaba de ver claro que un sirviente deba comer en condiciones.

Junto a su siguiente amo, un escudero, Lazarillo comprende que es posible compartir el hambre con su señor, cuya digna apariencia esconde la más absoluta miseria. Con un buldero, que vende falsas bulas a incautos pecadores, comprende que el engaño conlleva bastantes riesgos. Y van llegando nuevos amos y nuevos desengaños, hasta que Lazarillo se convierte en pregonero y gracias a un arcipreste encuentra esposa. Un final feliz que pone punto y final a esta adaptación de Nuria Ochoa ilustrada por Cristina Picazo.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 24 de febrero de 2007