Es el gran paso y a no todos les llega. Esta pareja de artistas -gaditana ella, jerezano él- sí se ha merecido la posibilidad de presentar una producción propia en el marco de un gran festival y tras haberlo rodado en espacios más reducidos o de menor rango. También sobre sus trabajados cuerpos se acumulan un sinfín de proyectos ajenos que se hacen visibles en el oficio -también en la escuela, que es ante todo clásica- con que afrontan su baile. Y, en este paso adelante, han preferido pisar un terreno firme, un plato que ellos dicen cocinado "a fuego lento" al que le han añadido ingredientes de primera calidad -cante señero y guitarras de lujo- más un mechado de lujo en la forma de artista invitado: Luís El Zambo, el penúltimo gitano de Jerez que ha sabido trasladar el arte íntimo familiar a las tablas de medio mundo.
A fuego lento
Baile y Dirección artística: Andrés Peña, Pilar Ogalla. Cante: Luis Moneo, David Palomar, Miguel Rosendo. Guitarras: Javier Patino, Alfredo Lagos. Palmas: Javier Catumba, Alfonso Carpio. Dirección musical. Javier Patino. Teatro Villamarta, 28 de febrero de 2007.
La preparación se sirvió en escrupulosa y sobria mesa. Un escenario desnudo donde sólo se puso un inteligente y sencillo juego de luces que, al final de los cuadros, nos dejaba unas siluetas construidas con gusto. Sin embargo, las raciones -lo propio de unos debutantes en el formato deseosos de agradar- fueron copiosas, lo que en más de una ocasión pudo llevar al cansancio. Cuando, como en este caso, lo que se trataba era de presentar una serie de bailes de uno y de otro, un recital al fin y al cabo, el alargamiento de los tiempos dedicados a cada estilo, lejos de añadir valores, los resta; que el arte de la medida es una virtud y no precisamente secundaria.
Dejando a un lado ese aspecto, se puede decir que los dos artistas dejaron un sello prometedor pero algo desigual. Tras el inicial paso a dos por tangos y las rancias seguiriyas de El Zambo, fue Pilar la que se enfrentó al estilo señero de su tierra con bata de cola blanca. Estuvo suelta y con dominio, pero -quizás por los nervios de la ocasión- no le añadió ese punto de sal que las alegrías precisan y que ella sabemos que sabe darle. Sin embargo ganaría expresión y jondura en el baile por taranto rematadas con femeninos tangos. Peña, por su parte, puso una farruca sobre el escenario llena de garra y detalles técnicos, aunque uno hubiera preferido algo más de temple. No fue el caso de la soleá por bulerías, pura escuela jerezana en la que supo moverse con envidiable solvencia. En el remate final conjunto por romance y más bulerías, el asunto estaba más que rodado y asistimos a momentos tan cálidos como vibrantes con un público entregado y que desde tiempo atrás aplaudía tal si el espectáculo hubiese finalizado.
El atrás -ya se dijo- era de los infalibles. Con Patino y Lagos en las guitarras y un cante en el que se encontraron Cádiz y Jerez: los jóvenes Palomar y Rosendo junto al metal viejo de La Plazuela que transporta Luis Moneo (qué grandes sus martinetes).
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 2 de marzo de 2007