La muerte, el amor, la vida, todo esto estaba la otra noche de san Valentín, que era una noche de enamorados salvajes, en el escenario de la sala Apolo 2. Y en el gentío perpetuo, los chavales y las chavalas bailaban su danza eterna, de juego de piernas privado, de solitarios que celebran la duración de la música. Cada época tiene su manera de bailar, y en ésta, en que lo irreal vale tanto como lo real, la juventud baila su ballet electrónico y se fotografía con cámaras digitales mientras danza.
Ha actuado en esta noche incandescente de febrero, pero que sólo es otra noche a la deriva, una banda que se hace llamar La Ultra Violeta Experience, conocida de manera general por LUVE. Hay en estas iniciales, por supuesto, una exaltación sarcástica y paródica del amor, pero también crédula, con la fe de quien no está dispuesto a creer en otra cosa. LUVE es el amor con barra libre, y es también el rayo de luz negra, de luz ultravioleta con que se iluminan en sus conciertos. Pero LUVE es sobre todo una parte de algo, a la fuerza secreto, que está ocurriendo en Barcelona y que va plasmándose en pequeños locales, en centros ocupados y en la magnífica irrealidad del espacio electrónico. La Ultra Violeta Experience es, por ejemplo, copiarse las canciones de su disco LUVE songs en la página web del grupo (http://luve.cc), o desde ahí constatar lo que hay de teatro hilarante y de circo caníbal en sus actuaciones, o quedarse poseído de su clip Teletransporter men, que es un vídeo desesperado de siluetas negras retorciéndose en un fondo de sangre y de álgebra lineal. La Ultra Violeta Experience es también Lidia, la propietaria de la Gran Bodega Saltó del Poble Sec, donde ensaya la banda y en cuyo almacén ha grabado su disco con un ordenador portátil; o la colaboración de Núria, la cantante de La Mákina de Turing -que es un grupo que lleva en su nombre la memoria de Alan Turing, padre de la ingeniería informática y descifrador de la máquina Enigma, hombre que luego se verá procesado por ser homosexual y que, incapaz de soportar la deformación de su cuerpo a resultas del tratamiento hormonal al que le condenó el juez, se inmolará mordiendo una manzana envenenada con cianuro (una leyenda urbana dice que ésa es ahora la manzana del Macintosh)-, y también es La Ultra Violeta Experience la participación de Marc, el cantante de Ix y de Jalea Real, y protagonista de la película El taxista ful (Jo Sol, 2005); y es asimismo la fidelidad del viejo Da Costa, cantante por Machín en la Bodega Bohemia, que ha asistido al concierto esta noche de amor loco, y de derecho a ser amados con locura, con su traje impecable de vocalista impecable; y es el actor Richard Collins-Moore, travestido de animadora para dar pie al grupo; y es, desde luego, la irrupción de la vieja Matilda, que con su sonrisa de niña republicana se plantó en una presentación de La Ultra Violeta Experience en la FNAC-Triangle, y acabada la actuación se fue hacia la californiana Tutu, y frente la carnalidad desobediente de esta muchacha, y frente a su escote profundo de mujer que sólo quiere enseñar el corazón, y frente a su cinturón blanco e irreverente de uniforme de la Guardia Urbana, la anciana le dijo que bajo Franco ella no pudo ser feliz, pero que ahora, al ver felices a los jóvenes, ella al fin también podía serlo.
La Ultra Violeta Experience es la lucha primordial por la felicidad a fuerza de canciones que abordan el sadomasoquismo, la enfermedad, la soledad, el latido de la droga, el dolor inesquivable, y que va a cantar en su mayoría Edu Alonso como un chamán sacrificado en un ritual de luces y de ultrasonidos.
A Edu Alonso, para saber de dónde viene, si esto es posible, hay que ir a buscarle a las Katalítikas, a La Cubana y a The Chanclettes. Fue Paul Éluard quien dijo que el tiempo y el amor necesitan de las palabras, y en sus letras este grupo no hace otra cosa que proveer de palabras al amor. La Ultra Violeta Experience va más allá de la propia banda y se incardina en las figuras móviles de su guitarrista Steven Forster, que, por ejemplo, adornó con sus paramecios lisérgicos el techo y el balcón del Círcol Maldà. Y asimismo se transustancia parte de La Ultra Violeta Experience en el proyecto Context, desarrollado en la web http://strad dle3.net/, donde el arquitecto Joan Escofet, que es el videojockey del grupo, participa en la búsqueda de un universal que aúne el arte, la ciencia y la tecnología, y a la cual se aplica también la actriz Penélope Serrano, que ha cantado ópera con La Fura dels Baus, y que en la banda canta por Lole y Manuel. Con el grupo actúa, además, la suiza Kat desde su altura altiva y turbulenta. Y en La Ultra Violeta Experience van a encontrarse otra vez Toni Bello, imbuido del corazón rítmico del antiguo rock alemán, y Edu Chifoni, que crea las bases electrónicas del grupo, después de haber tocado juntos en La Kinky Beat y en Electroputas.
Desde la necesidad de sentirse vivos en las noches y en las auroras de Barcelona, La Ultra Violeta Experience se lanza a la urgencia de cantarlo todo antes de que se nos acabe el mundo, y está siendo asimismo una urgencia de manifestar, como dijo un poeta, que la belleza será convulsa o no será.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 7 de marzo de 2007