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Crítica:

Demasiadas manos para un guión

Principios del siglo XX. Internado de chicas comandado por la vara y el perenne gesto de enojo de una institutriz sistemática. Excursiones campestres en un lugar tan enigmático como solitario. La belleza del paisaje se une a la hermosura de las jóvenes, que se miran y se tocan con ánimo entre ingenuo y lascivo.

La primera media hora de la coproducción europea El despertar del amor parece una nueva versión de la obra maestra de Peter Weir Picnic en Hanging Rock (1975). Sin embargo, y a pesar de que el director John Irvin parece haberse estudiado ciertas escenas del filme de Weir, su cinta deviene pronto por el terreno de la intriga psicológica y no por el de la experiencia casi sobrenatural de la película australiana.

EL DESPERTAR DEL AMOR

Dirección: John Irvin. Intérpretes: Jacqueline Bisset, Hannah Taylor-Gordon, Anna Maguire, Enrico Lo Verso. Género: drama. Reino Unido, Italia, 2005. Duración: 102 minutos.

El despertar del amor es una de esas producciones europeas sin identidad alguna que acaban tocando demasiadas manos. Basada en una novela de Frank Wedekind, ya adaptada en 2004 por la francesa Lucile Hadzihalilovic en Innocence, la película parte de un tratamiento de guión realizado hace 20 años por el director italiano Alberto Lattuada y el escritor Octavio Gemma y nunca culminado. Recuperado por la actriz y productora Ida di Benedetto, ésta se lo pasó a Irvin para ser desarrollado, trabajo que terminó por fin, según los alambicados títulos de crédito, James Carrington ("revisión de guión"), aunque con la "colaboración" de Sadie Jones.

De todo este demencial cruce de visiones acerca de un mismo tema (si el material se retocó tantas veces es que nadie lo tenía nada claro) ha resultado una historia que no indaga en la mente de sus personajes y que nunca encuentra el tono adecuado, variando a lo largo del metraje entre la experimentación mística de Picnic en Hanging Rock, el terror erótico de Suspiria (Darío Argento, 1977) o La residencia (Narciso Ibáñez Serrador, 1969) y el brillante academicismo de las producciones de James Ivory.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 9 de marzo de 2007