Está claro que Tony Blair va a terminar su largo mandato de manera más tumultuosa de lo que le habría gustado al primer ministro británico. El último disgusto que sus parlamentarios han dado al líder laborista es rebelarse en un número muy significativo -más de 90- ante su decisión de reemplazar los submarinos que albergan los misiles nucleares intercontinentales británicos, en lugar de prolongar la vida útil de los actuales. Pese a que el laborismo ha tenido siempre clara la opción del armamento nuclear, Blair se ha visto, una vez más -antes sucedió con Irak y con la ley de educación-, en la desairada posición de tener que recurrir a los votos de la oposición conservadora para sacar adelante un proyecto que pocos ven claro, dentro y fuera del Parlamento. Y que sin duda acabará pasando factura a Gordon Brown, su probable sucesor, en sus tiempos a favor del desarme nuclear unilateral, como el propio jefe del Gobierno.
Los nuevos Trident comenzarán a ser operativos, según los planes laboristas, a partir de 2024. El hecho de haber anticipado en el tiempo de forma tan extraordinaria una decisión de tal calado económico (cerca de 30.000 millones de euros) y estratégico se debe a que, según el Gobierno, se necesitan ahora 17 años para que los submarinos capaces de lanzar misiles nucleares pasen del tablero de dibujo a su botadura. Pero el alicaído primer ministro no ha convencido ni a su propio partido ni a los ciudadanos sobre la necesidad de que el Reino Unido mantenga a estas alturas una fuerza de disuasión atómica, sin enemigos a la vista que la hagan precisa. Ni tampoco sobre el hecho de que la controvertida decisión tuviese que adoptarse en los últimos y grises meses de su mandato.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 19 de marzo de 2007