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CARTAS AL DIRECTOR

La soledad del discrepante

No sé si me recuerdan, soy aquel atrevido compromisario del Partido Popular que en su último congreso osó enmendar la Ponencia de Política Exterior, ejerciendo la tan cacareada autocrítica que demandaron tanto Gallardón como Aguirre. A pesar de que mi propuesta era más que razonable, pues sólo consistía en reconocer que nos equivocamos al respaldar la intervención anglo-norteamericana en Irak, nadie, absolutamente nadie, apoyó la moción, que además se saldó sin el más mínimo margen de debate. Hice lo que pude y creo que fue bastante, pues estar frente a miles de personas que sabes de antemano que les incomoda tu mensaje no es tarea fácil. En aquella intervención recordé que la gente en la calle agradece los gestos, y más cuando se hacen desde la humildad, reconociendo que pudimos cometer algún error en aquel momento crucial, que nos faltó reflexión para medir las consecuencias, pero que por encima de todo obramos de buena fe. Pedí que hiciéramos creíble en el exterior el mensaje lanzado por Rajoy en aquel congreso de acercarnos al ciudadano, puesto que estando en la oposición la credibilidad sólo se obtiene con un profundo espíritu crítico que alcance a revisar lo que mucha gente piensa que hicimos mal, en el convencimiento de lograr mayores dosis de receptividad ciudadana. Por último, hice especial hincapié en la obligación moral de lamentarnos por las innumerables víctimas que tan espeluznante conflicto ha ocasionado. Muy a mi pesar, nadie se conmovió, al menos públicamente. Ahora, con una mezcla de sorpresa y alegría, recibo las declaraciones de algunos diputados del partido al que todavía pertenezco como un gesto que, aun llegando tarde, me reconforta al comprobar que en el fondo aquel viernes y sábado de octubre de 2004 no estaba en soledad.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 21 de marzo de 2007