Estados Unidos, uno de los países más políticamente correctos del mundo, ha tenido siempre válvulas de descompresión, donde se podía decir y hacer casi cualquier cosa. Una de las más notables era el programa de radio de Don Imus, un sesentón que desde un púlpito que parecía inatacable vertía vitriolo y abuso verbal de todo tipo sobre el género humano. Pero no pocos que viven de la procacidad acaban muriendo a manos de la procacidad; es decir, suicidándose.
Su emisora, la CBS, ha decidido por fin despedir al profanador de las ondas, a pesar de que atraía al año más de 20 millones de dólares (15 millones de euros) en publicidad, porque llamó a las jugadoras de baloncesto de la Universidad de Rutgers, casi todas negras, tropa de "pelanduscas", traducción bastante libre de nappy-headed. Pero, en sus mejores días, ya había dicho a propósito de una periodista negra del New York Times que "era fantástico que su periódico pusiera a la mujer de los lavabos a cubrir la Casa Blanca"; a los árabes, en general, les había llamado "cabezas de chorlito"; y dijo de los judíos que "calificarlos de ladrones era un pleonasmo".
La CBS pretendía suspenderlo sólo una temporada, pero la retirada de grandes anunciantes le ha forzado la mano. Y el justificadísimo despido plantea la cuestión de si el ordenamiento jurídico ha de actuar de oficio ante la sarta de repugnancias que podía proferir semejante energúmeno o si la polución radiofónica está cubierta por la libertad de expresión. La sensibilidad europea se inclina por prevenir antes que curar, porque el insulto racista y sexista no debe ser el dividendo de un ilimitado uso de la palabra. En España, ciertos reality shows y tertulias no han llegado aún a eso, todavía, pero convendría estar al tanto porque cada vez están más cerca.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 14 de abril de 2007