Hoy he tomado una decisión: no volveré a perder ni un minuto más de mi tiempo debatiendo sobre la teoría conspirativa del 11-M y sus aledaños. Se acabaron las discusiones con amigos, compañeros y clientes de la pollería que, antes de pedir el contramuslo y sin que nadie se lo haya pedido, vociferan sobre sus ideas, insultan a políticos que no son de su cuerda y faltan al respeto a los que pacientemente esperamos otro contramuslo pensando en cómo lo guisaremos. Ni una palabra más. Al primero que me hable de la implicación de ETA, sólo le hablaré de las olvidadas víctimas de ese día. A quien me hable de Díaz de Mera, le hablaré de Joan Massagué, ese gran científico español. A quien me hable de Acebes, le hablaré de la importantísima Ley de Dependencia. A quien lo haga de Aznar, le contestaré que vea el documental Invisibles. A quien proclame y repita las consignas de los predicadores de determinados medios de comunicación, les diré que gracias al esfuerzo de un hombre apellidado Abreu, el hoy director de la Filarmónica de Los Ángeles, Dudamel, no es un niño de la calle. He decidido hacer un homenaje a todos aquellos que a diario con su silencio y dedicación aportan lo mejor de su vida y de su tiempo en beneficiar a la Humanidad y a los que a diario se les roban portadas en periódicos y en aperturas de radio y TV para cedérselo a los mentirosos e interesados manipuladores.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 14 de abril de 2007