Es el aspecto externo que adquiría la misteriosa habitación azul el 11 de marzo de 2007, horas antes de que se abriese al público. En un rincón de la Estación de Atocha en el que en otros tiempo hubo un banco, hoy hay unos cristales azulados que hacen aguas y que separan dos mundos.
Dos mundos que se miran mutuamente a través del vídrio, como si se tratase de un escaparate: es la entrada al monumento. Ni llamativa, ni espectacular desde fuera, pero suficientemente sugerente como para dejar que se intuya que ahí detrás hay algo, algo que invita a entrar y a experimentar sensaciones.
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* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 15 de abril de 2007