Como muchos otros grandes creadores, Christiane Singer manejaba el francés con la delicadeza y la exactitud propia de quien utiliza una lengua que no es la suya. Aunque nacida en Marsella en 1943, el francés no era su lengua materna -ni paterna-. Sus padres habían arribado al puerto mediterráneo huyendo de una Europa que no les quería. Rusa y católica ella, judío y austriaco él, habían abandonado Viena en 1935. Las camisas pardas no iban a tardar en cruzar la frontera y, sobre todo, en ser recibidas como nuevos Mesías.
Christiane creció en Francia y estudió en la Universidad de Aix. Ya licenciada en Letras, dio clases, primero en Basilea y después en Friburgo, de literatura y cultura francesas para alumnos germanófonos. Y escribió, en francés, al menos desde que tenía 20 años, edad en que publica su primer libro, Les cahiers d'une hypocrite.
Su talento literario fue reconocido enseguida, aunque siempre por especialistas. Es así como distintas obras suyas fueron galardonadas por la Academia Francesa, por los libreros o por los escritores.
Puede que la más conocida o de mayor éxito sea su novela Une passion, en la que transpone el drama amoroso de Abelardo y Eloísa. En esa oportunidad fueron los escritores católicos los que la coronaron, a ella, que decía no ser creyente. En cualquier caso, Christiane Singer buscaba "el rastro de Dios en la tierra" y se había interesado por distintas religiones y culturas, del sufismo al budismo, atraída por la idea de la contemplación.
Desde hacía años vivía en Bohemia, en Rastenberg, con su esposo y sus dos hijos, y desde allí seguía escribiendo. Su último premio, por Seul ce qui brûle, publicado en 2006 y ganador del Grand Prix de Novela de la Academia Francesa, ya no pudo recogerlo. La enfermedad la impedía viajar.
Hoy, 19 de abril, se publica en Francia su último texto, Derniers fragments d'un long voyage, un diario de seguimiento de su enfermedad.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 19 de abril de 2007