Durante dos noches consecutivas, un grupo aislado de jóvenes se ha enfrentado a la policía en el barrio madrileño de Malasaña, dejando un saldo de ocho detenidos y más de medio centenar de heridos, uno de ellos, un agente, de gravedad. Los incidentes se han relacionado con el fenómeno del botellón, si bien en este caso han concurrido otras causas. El largo fin de semana -que se prolongaba en Madrid por la celebración del Día de la Comunidad- hizo creer a los jóvenes que encontrarían una cierta tolerancia hacia una forma de ocio que ha sido objeto de una severa regulación en las ciudades y grandes municipios. No fue así, y la intervención de la Policía Municipal madrileña y de las fuerzas antidisturbios degeneró en una batalla campal.
La gravedad de los incidentes no debe hacer que se pierda de vista que fueron obra de una minoría de jóvenes exaltados. Por otra parte, puede que el Ayuntamiento de Madrid haya mantenido un comportamiento errático frente a estas improvisadas fiestas nocturnas. Los vecinos venían quejándose de la condescendencia con la que, hasta este fin de semana, habían sido tratadas las concentraciones de jóvenes que alteraban su descanso. Muchos creen que la proximidad de las elecciones ha llevado a que el Ayuntamiento adopte unas medidas que hasta ahora había evitado.
Con independencia de las quejas de algunos jóvenes acerca de la contundencia con la que actuó la policía, lo cierto es que nada justifica los destrozos a los que se libró un grupo minoritario de ellos. Un 2 de mayo tuvo lugar el levantamiento de los madrileños contra las tropas de Napoleón. Hay formas mejores de conmemorarlo que esta vandálica reedición que se ha vivido en Malasaña.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 3 de mayo de 2007