En España siguen muriendo miles de personas en accidentes en la carretera. El hecho en sí es asombroso, teniendo en cuenta que la noticia viene de un país que está entre los más desarrollados del mundo en muchos parámetros y que cuenta con una de las redes viarias más modernas de toda Europa. Pero lo que más llama la atención es que la noticia no produzca el más mínimo asombro.
Reflexiónese: sólo en Semana Santa murieron más de 100 personas durante el inocuo ejercicio de trasladarse de un sitio a otro.
¿Cuándo se darán cuenta nuestros gobiernos, por fin, de que la solución al problema no reside en aumentar el esfuerzo sancionador y disuasorio (relativamente efectivo), sino en mejorar la (mala) educación -en sentido lato- que, por desgracia, se muestra en nuestras carreteras?
Cuando nuestros hijos nos digan desde el asiento de atrás cosas como "papá, en el colegio me han dicho que eso que acabas de hacer no se hace" estaremos en el camino correcto de erradicar -no solamente reducir- una lacra que, vista desde fuera de España, no sólo produce asombro, sino cierta dosis de vergüenza ajena.
En este importante tema (como en tantos otros) la Administración debería dejar a un lado su tradicional visión cortoplacista sobre el problema y centrar esfuerzos en rentabilidades (menos vistosas pero seguramente más sólidas) a medio y largo plazo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 3 de mayo de 2007