Nicolas Sarkozy llega a la presidencia de la República como resultado de una movilización sin precedentes en la V República. La voluntad de cambio, declinada en dos proyectos contrapuestos, ha arrastrado a los franceses a las urnas con una intensidad inaudita. La pasión política, habitualmente constreñida en el microcosmos político parisiense y declinante como la misma Francia, ha prendido de nuevo en todos los franceses, en los suburbios y en los barrios burgueses, en las grandes aglomeraciones y en la Francia rural. Pero la liebre que les ha hecho correr a las urnas ha sido un proyecto fuerte y ambicioso, el que ha lanzado Nicolas Sarkozy en forma de una llamada sin complejos al orden y a la restauración de la autoridad y del orgullo nacional. Frente a este proyecto, la campaña y el discurso político de Ségolène Royal no han salido nunca de las posiciones defensivas, con dos ejes argumentales: proteger a los desfavorecidos ante un programa que puede dejarles a la intemperie y cortar el paso a un proyecto calificado de duro y autoritario, argumentos que se han revelado insuficientes.
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Sarkozy ha federado las diferentes derechas francesas alrededor de su ambicioso programa de reformas, destinado a recuperar el crecimiento económico y el liderazgo francés en Europa. En los términos clásicos, están bajo su mando las tres derechas que René Rémond caracterizó. La legitimista, ahora metamorfoseada en el voto lepenista, que ha recuperado en gran parte, en un movimiento similar al que realizó Manuel Fraga en España: nunca debiera ser un demérito arrastrar votos desde fuera del sistema al interior de las filas democráticas. La bonapartista, que es la que mejor le cae por temperamento, por la personalización y por el patos retórico de su discurso y de su exhibición patriótica. Y la orleanista, por sus ideas liberales y por la parte del voto centrista que ha conseguido arrastrar, a pesar de la fuerza del proyecto de François Bayrou.
Pero la fórmula de Sarkozy también federa conceptos de derecha contemporáneos. Su idea de la presidencia de la República pertenece de lleno a la corriente en la que se ha criado y que le ha aupado, que es el gaullismo. Sarkozy quiere cambiar muchas cosas, pero no va a ceder ni un ápice de los poderes presidenciales que se modelaron alrededor de la figura del general De Gaulle. Parte de sus ideas económicas, las que afectan a la soberanía nacional, son de cuño proteccionista, también plenamente en el surco ideológico del gaullismo. En política internacional, intentará hablar de igual a igual a los principales líderes mundiales. Con la notable diferencia de que, si desde De Gaulle hasta el propio Chirac los presidentes franceses han intentado jugar al contrapeso de Washington, Sarkozy quiere disputar a Londres su relación de amistad y confianza con Estados Unidos, tal como ha expresado en su primer discurso de ayer por la noche.
Pero su idea del Estado, más ligero, menos entrometido en la vida económica de los ciudadanos, es de raíz thatcheriana. Su actitud ante los sindicatos y los trabajadores del sector público puede ser similar a la de la Dama de Hierro. Sarkozy será el primer político francés que consigue triunfar exhibiendo banderas liberales y proamericanas, algo que se habían guardado de mostrar las generaciones anteriores de su propia genealogía política. También hay una componente aznarista en la idea que tiene Sarkozy de lo que debe ser una fuerza conservadora moderna, con capacidad de diluir todas las derechas en su interior, gracias al enorme imán federador del poder y sus prebendas, y con una gran capacidad de contorsión para moverse desde el centro hasta la extrema derecha mediante un intenso programa liberalizador. Finalmente, hay una vena de modernidad populista, desinhibida y políticamente incorrecta, que le acerca a la Casa de la Libertad de Silvio Berlusconi. A esta vena corresponde también la facilidad con que Sarkozy se relaciona con el mundo del espectáculo y con los millonarios, algo que le permitirá proyectar su personalidad desde las ceñudas revistas de ciencia política hasta la prensa rosa.
La renovación y la unidad de la derecha conseguidas por Sarkozy, en contraste con la fragmentación de la izquierda y la desunión dentro del Partido Socialista, constituyen una explicación por sí solas del resultado electoral.
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* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 7 de mayo de 2007