Sostiene el PP que es el único partido en mantener un discurso homogéneo en toda España. Se me escapan cuáles pueden ser las virtudes de imponer un mensaje uniformador a una sociedad tan compleja y plural como la española; pero es que además no es verdad. Lo fue durante el aznarato, cuando el cemento del poder se cernía como una losa sobre cualquier opinión heterodoxa por modesta que esta fuera (el presidente de la Generalitat, Francisco Camps, sabe mucho de esto), pero ya no. La pérdida de las elecciones generales y el proceso de renovación del estado autonómico reeditaron las diferencias tribales. La "guerra del agua" volvió a dividir a los populares que, en Aragón y Castilla-La Mancha, volvieron a discrepar de sus compañeros valencianos y murcianos. El proyecto global del PP para España desapareció en cuanto emergieron los intereses de los "barones" territoriales. Hoy, de aquel discurso monolítico, compacto, bunkerizado incluso, apenas queda nada. Tan sólo un victimismo circular e irritante que suena idéntico en Galicia y Valencia; lastimeramente enunciado allí por Mariano Rajoy y machacado aquí por Francisco Camps y Rita Barberá. Que el primero deje con las vergüenzas al aire a los segundos, derribando todo un castillo de jeremiadas construido a lo largo de los últimos años, no supone obstáculo alguno para las víctimas locales. Además, quién dijo miedo. Hoy se presenta el circuito urbano de fórmula 1 en Valencia que, se supone, pagaremos o deberemos los valencianos. Serà per diners. ¿La sanidad, dice usted? ¡Ah! eso es culpa de Zapatero.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 10 de mayo de 2007