Como bien ha señalado el presidente de la Asociación de Productores de Biocombustibles en una carta a EL PAÍS (28 de abril de 2007) titulada Orangutanes y biocombustibles, la erosión de la biodiversidad en áreas tropicales propicias al cultivo de oleaginosas no se debe hoy sólo a la saciedad de energía biocombustible de la clase consumidora mundial, sino, sobre todo, a su hambre de procesados alimenticios y al uso de más y mejores cosméticos. Los orangutanes de Indonesia, por tanto, se extinguen para bien de nuestras grasas y nuestro cutis. Todavía no se extinguen a cambio de nuestro gusto por lo automovilístico o por el aire acondicionado.
Ahora bien, sumemos a la demanda de aceite de coco actual la imperiosa necesidad de tierras de cultivo que van a necesitar Estados Unidos y la Unión Europea para sustituir un ligero porcentaje de diésel y gasolina por biodiésel y bioetanol. Sólo ante los objetivos de la UE para el año 2020
sería necesario encontrar un campo de cultivo -un desierto verde- de la extensión de toda Grecia, Portugal e Irlanda sumados. Por supuesto, habría que buscarlas en su mayoría fuera de Europa, pues dentro no hay espacio.
Ello sería muy probablemente allá en los países del Sur, donde están las selvas donde viven los orangutanes. Y donde viven también, aunque empobrecidos, algunos miles de seres humanos.
Todo por no dejar de consumir algo de energía. O por querer hacer negocio de lo que mejor sería no hacerlo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 10 de mayo de 2007