Barcelona ya me gusta mucho como está, pero quedaría aún mejor si una mañana, por arte de magia, todos sus habitantes amaneciesen convertidos en inmigrantes.
Creo que lo mismo puedo decir de toda Europa. Si sus habitantes se convirtiesen en extranjeros, aunque fuese por un día, dejarían de preguntarse si son catalanes o españoles, o flamencos o valones, albanos o serbios, y serían gente sin gentilicios.
Además, de repente carecerían de una historia común. Por lo tanto, ya no tendrían que pelear por cómo interpretar esa historia. Desaparecerían sus discusiones políticas sobre el pasado. Y se dedicarían exclusivamente a resolver cómo van a convivir en el futuro. Eso les aligeraría la carga un poco.
Si todos fuesen inmigrantes, disfrutarían Barcelona como sólo la puede disfrutar quien no está acostumbrado a ella. Se maravillarían ante su belleza, ante su comida y ante su gente. En suma, se divertirían como enanos. Como enanos extranjeros.
Santiago Roncagliolo es escritor
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 13 de mayo de 2007