Lo malo de las elecciones municipales, comparadas con las generales o las autonómicas, es que no se habla de política ni se explican las justificaciones políticas de las propuestas atolondradas de cada alcaldable de la ciudad.
Pero lo peor es que esto parece aceptado no sólo con resignación, sino con discreto beneplácito por aquellos electores que dicen estar hartos de oír hablar de política -es decir, el Estatuto, las reglas comunitarias, el futuro económico y productivo, los cambios sociales, los derechos y deberes, el bienestar- y que les parece más eficaz limitarse a discutir por dónde pasará el AVE, dónde va a construirse un gueto residencial o cómo reformar la calle en la que viven.
Por fin, dicen, se habla de asuntos concretos que entendemos y sobre los que podemos opinar. Así, la campaña electoral se reduce a un peloteo de propuestas insólitas, con un falso aparato de genialidad inesperada, con documentación técnica escasa o no válida, sin siquiera los datos indispensables para enjuiciarlas correctamente, como por ejemplo, su coste y su adecuación a los presupuestos municipales.
Pero las propuestas concretas de los alcaldables sólo se podrían entender -y aceptar- si fuesen consecuencia de unas ideas políticas. Lo que determinará, al fin, el trazado del AVE es la idea de ciudad, de periferia, de suburbio y de comarca metropolitana que defienda el futuro equipo de gobierno. Como el enfoque de la accesibilidad a la vivienda, como el mantenimiento del bienestar, como el detalle de cualquier proyecto de urbanización.
Esas ideas políticas no se especifican en los programas y, así, acabaremos pensando que las únicas diferencias entre los partidos son el emplazamiento de unas viviendas, el trazado de un ferrocarril o la construcción de un aparcamiento, cuando las más importantes están en el deseable sustrato ideológico de cada partido.
Se equivocan los electores a los que les satisface la banal concreción ideológica y despolitizada de los alcaldables. Están tan equivocados que la mayoría de los ciudadanos responde a la contra, aumentando los porcentajes de abstención. Esa abstención, ¿no se debe, pues, al desánimo de la despolitización, a la falta del entusiasmo colectivo ante la ausencia de un programa político que resulte coherente, radical? Casi el único asunto realmente político que ha emergido en la campaña es el de la inmigración y se ha comprobado que, efectivamente, con él se logra transmitir a la ciudadanía un cierto entusiasmo participativo.
¿No hay otras cuestiones políticas que plantear prioritariamente? Es absurdo pedir sólo votos para la buena gestión. La gestión no se vota, se exige secundariamente. Se vota la política si alguien sabe ofrecerla.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 17 de mayo de 2007