Ella pertenece a la tradición de cuentistas que dejan para el último instante el desenlace. De quienes encargan a las últimas palabras la misión de echar el cerrojo de la historia. Aunque a partir del punto final se abre otra que el lector se siente tentado a crear. Así son los diez relatos reunidos por la argentina Adriana Romano en Servidumbre de paso. Un pequeño volumen distinguido en 2005 con el Premio Victoria Ocampo, en el que su autora suele manejar episodios cotidianos permeados de sentimientos. Historias de amor, de miedo, de infancia, de muerte, de pasado.
El nombre del cuento que da título al libro, Servidumbre de paso, refleja muy bien la intención de la escritora de demostrar y mostrar cómo hay personas que para conseguir lo que desean no titubean en tomar la vía necesaria en caso de que no haya un acceso directo al horizonte fijado. Incluso son capaces de guardarse el dolor con tal de hacer felices a otros, y a ellos mismos, claro. En estas narraciones de Adriana Romano, el lector sabe que no le están contando toda la verdad. Que hay algo que le ocultan. Están seguros de que algo subyace en las palabras de ese narrador o de esas personas que dialogan en esas páginas, creando una atractiva sensación de permanente sospecha sobre lo contado.
SERVIDUMBRE DE PASO
Adriana Romano
Dilema. Madrid, 2007
159 páginas. 9,50 euros
Se trata de cuentos con descripciones visuales y de una narración clara, aunque a veces con frases artificiales, o que en el ánimo de experimentar se fuerza a veces el ritmo de la historia, hasta hacer fruncir el ceño.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 19 de mayo de 2007