Pedir algo es un gesto lleno de connotaciones y significados múltiples. Un día llaman a la puerta y es el vecino, que te pide una pizca de sal. Te ofrece lo que necesites, cuando a ti te haga falta. En los semáforos, personas llegadas de otras partes del mundo te piden un euro. Te ofrecen pañuelitos, o calmar tu mala conciencia. Se pide con dignidad desde la idea de intercambio, y de necesidad. Ahora, desde las paredes de las calles, los políticos me piden el voto. En estos días el voto es un tesoro. Me ofrecen la luna, pero me ocultan lo que van a hacer con mi voto. Sonríen, y algunos pierden hasta la dignidad.
El alcalde de mi pueblo me lo pide a través de un DVD. Oigo su voz en la intimidad de mi casa. Dice que harán cosas maravillosas con mi voto. Y que debemos mostrarles agradecimiento por lo que han hecho. Cuando acaba el vídeo, la casa queda en silencio. No ha dicho nada de las 8.000 viviendas y el campo de golf que quiere construir encima de un yacimiento calcolítico único en Europa. Me acuerdo de Bécquer: "¿Vuelve el voto al voto?".
Todo es vil promesa, inmobiliaria y convenio.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 19 de mayo de 2007