Creo que se está pasando por alto un factor decisivo para entender lo que está ocurriendo ahora en Turquía: el sistema electoral o de representación en el Parlamento. La clave está en que se exige superar la cuota del 10% para conseguir escaños. A esto le acompaña un panorama de partidos políticos curioso: por un lado está el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), un partido islamista muy fuerte y unido, y por otro una miríada de partidos laicos. Hasta tal punto que sólo dos partidos superaron ese mínimo en 2002: el AKP (34,28%) y el Partido Republicano del Pueblo (19,4%). Pero la distorsión es tal que el resto de los partidos acumulan un 46,33% y aun así no tienen representación en el Parlamento.
El gran escándalo de la propuesta de Gül como presidente no es tanto el que sea islamista como el que el AKP se haya aprovechado del sistema electoral. De ahí las manifestaciones multitudinarias. Ante esta situación, los partidos laicos intentan fraguar un pacto, pero la diversificación es tan fuerte entre ellos que difícilmente podrán aliarse de cara a las posibles elecciones anticipadas.
Creo, por tanto, que el debate no es tanto sobre la fuerza del islam y su choque con la democracia, sino sobre el sistema político.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 20 de mayo de 2007