En muchas poblaciones de la península Ibérica, del sur de Francia o de América, un círculo se inscribe en la trama urbana. Este círculo permanece regularmente vacío, sin aparente relación con las construcciones vecinas. De vez en cuando -pocas veces, tal vez una sola, acaso ninguna- el círculo se llena, en un dibujado anillo exterior, de una pequeña muchedumbre. El observador quedará sorprendido por la minuciosidad con que los personajes van configurando el anillo con una parsimoniosa liturgia. A menudo el círculo queda partido en dos: una parte al sol y otra a la sombra.
Conocemos por los regulares estudios de la ley de las sombras que un cono cortado por un plano inclinado describe geometrías perfectas. El círculo central permanece vacío en tanto un extraño grupo de no más allá de veinte o treinta personajes lo cruzan con un orden aparentemente pautado. Desaparecen al poco tiempo la mayoría de ellos: un animal -un toro- asoma por un punto extrañamente oculto. Un hombre -el torero- se cruza con él.
Este encuentro entre las dos figuras se repite, mediante recorridos no necesariamente regulares ni previsibles, un número inconcreto de veces. Cumplidos estos encuentros, el círculo se vacía así como el anillo circular hasta entonces repleto. Retorna un silencio intensamente roto, con estruendo algunas veces, por este corto espacio de tiempo.
Son las plazas de toros. Es la fiesta de toros.
Si prestamos mayor atención a la extravagante ceremonia podremos observar que de un laberinto se trata. El animal y el hombre se buscan y se huyen en un fatal reconocimiento. O con conocimiento. Los dos buscan y los dos huyen. Si los laberintos pretenden desdecir objetivos y huidas, también torero y toro -que así se ofrecen los personajes citados- no se limitan a perseguir la suerte -su suerte, las suertes- sino que aplican ceremonial misterioso no exento de belleza.
Lo que empezó en un círculo urbano se desdobla en diversos círculos concéntricos a veces distorsionados, como la reflexiva Ley de las Pompas de Jabón, de círculos rotos mil veces y recosidos tantas otras. Juego de círculos que sólo una hiriente línea recta trunca y hiere. Y cierra el círculo.
Estimar la belleza de esta ceremonia, que tiene lugar en limitadas circunferencias de la península Ibérica, del sur de Francia, de América, pertenece al mundo de cada cual. Y en este íntimo círculo sólo cabe ser libre. Y saberlo.
Antoni de Moragas es arquitecto y profesor titular de la Escuela de Arquitectura de Barcelona.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 26 de mayo de 2007