Dos años han pasado desde que el alemán Joseph Ratzinger llegó al papado con el nombre de Benedicto XVI. En ese tiempo ha tenido que matizar por dos veces discursos que suscitaron gran irritación en otras confesiones religiosas y dirigentes políticos de continentes donde se llevó a cabo la evangelización cristiana. La Santa Sede afirma que no se trata de rectificaciones, sino de matizaciones a frases que den lugar a malentendidos. Si así lo dice, así será, pero resulta cuando menos sorprendente que un Papa tenga que valerse de ese recurso. Era inhabitual hasta la fecha.
Cierto, ello hace a Ratzinger más humano, menos severo teólogo y más distante de esa aureola de infalibilidad y de hablar ex cáthedra, que caracterizó durante siglos a los máximos jerarcas de la Iglesia católica, pero eso no resta un ápice de perplejidad a intervenciones extemporáneas que puedan salir de su boca en lugares y momentos poco propicios. Fue el polaco Karol Wojtyla quien recién elegido en octubre de 1978 papa Juan Pablo II pidió a los fieles congregados en la Plaza de San Pedro que le corrigieran por su imperfecto italiano. Fue entendido y aplaudido.
Pero, ¿qué decir de Benedicto XVI cuando desempolvó la figura de un poco conocido emperador bizantino como Manuel Paleólogo durante su visita a Alemania en septiembre pasado para hablar del origen violento del islam semanas antes de realizar una visita pastoral a Turquía? Produjo gran alboroto y amenazas a su persona en el mundo musulmán. Luego tuvo que matizar. Igual que ahora en su viaje a Brasil. Negó que la evangelización hubiera sido una imposición cristiana, pero luego admitió que había habido comportado sufrimiento a los indígenas.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 26 de mayo de 2007