Nuestro sistema político actual, aunque avanzado, necesita evoluciones. Para empezar, ese bipartidismo radical limita la soberanía popular en cuanto a la elección de sus representantes. Esto origina que, el día que las urnas nos invitan a la participación en estas elecciones democráticas, un porcentaje -mayor que lo deseable- de la población se abstiene de ejercer su derecho al voto. He escuchado frases como: "Para qué ir a votar, si siempre salen los mismos". En mi opinión, la población está cayendo en un clima de conformismo y pasotismo, en nada beneficioso para el progreso de la humanidad. Saliendo de los que, directamente, se quedan en sus casas el día marcado para que la sociedad alce la voz en forma de voto. Tenemos otro sector de la población para el que la palabra criterio personal tiene un significado alejado de la realidad. Hablo de esas personas que votan sin saber realmente qué están votando. Ya sea por tradición familiar, influencias del entorno o muchas otras presiones, votan a un partido, no a unas ideas personalizadas.
Por éstas y muchas otras razonas, la democracia actual lejos queda de lo que un día idealizase John Locke o Jean-Jacques Rousseau.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 4 de junio de 2007